DIARIO DE UN BUSCADOR DE ORO

 

JOSÉ LUIS GRACIA MOSTEO. José Luis Melero. Escritores y escrituras, Zaragoza, Xordica, 2012

 

    Aunque no del vil metal, el motivo de tantos afanes y traiciones, sino de ese otro más sutil y duradero, ese escondido en los lechos de las bibliotecas y las covachas de las tiendas de viejo, ese de los mercadillos al aire libre y los cazadores de recompensas estéticas, ese de los libros olvidados y viejos, o simplemente maltratados por la incuria de las modas, arrinconados por el desdén y el desconocimiento: eso es este cuaderno de bitácora, el dietario de un buscador del oro literario entre la chatarra del olvido y los escombros de los tiempos, un plano del tesoro detallado y preciso, una regalada y regocijante guía de escritores, escribidores y escritos aligerada por la ironía de una inteligencia que hace que cualquiera que se acerque caiga presa de un encanto que lo convierte en cofre del tesoro y trampa deliciosa.

    No es la primera vez que eso ocurre. Su autor es un avezado y veterano buscador que ha dado a la imprenta un ramillete de “libros sobre libros” que resulta imprescindible y debería estar en todas las bibliotecas públicas de cualquier villa o ciudad de habla española, pues resulta ser un kilómetro cero que conduce a otros libros; un bibliófilo heterodoxo que no colecciona ejemplares sino que los lee, comenta y comunica a quien quiera oírle como el anfitrión que invita a compartir una buena paella: ahí están para demostrarlo sus entregas anteriores: Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés, publicado en el 2003; Los libros de la guerra (2006), una alucinante guía de libros nacionales y republicanos publicados en los años de la Guerra Civil Española y posteriores, donde es posible oír en primera persona los juicios y opiniones de unos y otros contendientes, y La vida de los libros, antecesor de este y publicado en el año 2009.  

    Uno imaginaba a José Luis Melero vestido con casaca y pelucón mientras toma una taza de chocolate y departe con los fantasmas de Jovellanos, Moratín o Goya, aquellos ilustrados del siglo XVIII español que pensaban que solo con la cultura se podía regenerar el país; sin embargo, tras leer este libro erudito en los contenidos, deleitable en la narración y sencillo en la sintaxis, uno tiende a pensar que acaso el civilizado Melero lleva una doble vida, esconde un míster Hyde que sale a las calles cuando oscurece y se patea los rincones más sórdidos de cualquier ciudad (nuestro buscador es un viajero impenitente), esos que nunca visitarán los políticos ni los banqueros, esos donde huele a celulosa y fibra de madera, y acecha el gusarapo blanco del papel; sale a las calles, decíamos, para acudir vestido con sombrero viejo, zapatos de cuero desgastado y americana disputada por las polillas, dispuesto a partirse el alma, la cartera y el plato de lentejas de sus hijos tras ese libro raro, descatalogado, ignorado y casi carcomido, y mercarlo para leerlo pues no quiere el polvo de oro como moneda sino para saborearlo lentamente (antropofagia pura) y merendárselo, para nutrirse de saber y hacerse más pequeño pues el autor, cual un Sócrates moderno, se reconoce más iletrado según va leyendo; siente cómo crece su apetito y se deleita deletreando las  historias y vidas como un Woody Allen reencarnado en las yemas de los dedos de Warren Beatty, algo que, tras leer el libro, le hace pensar al lector que tal vez quisiera él mismo reencarnarse en las pupilas lectoras de Melero, a la vista del gozo que demuestra en sus lecturas y que tan eficazmente sabe transmitir.

    Escritores y escrituras es un libro que, como anuncia el Liminar, “da voz al que no la tiene, devuelve el rostro a los desfigurados y resucita cadáveres”; un texto por donde circulan Dolores Cabrera, aquella mujer de Tamarite que un día inspirara a Gustavo Adolfo Bécquer; el quijotesco capitán José Manuel Castañón, autor de la injustamente olvidada novela Moletu-Voleva y héroe nacional de la Guerra Civil, un militar que despreció la gratitud de Franco, le insultó en la radio (quien esto suscribe lo conoció personalmente) y prefirió marcharse a Venezuela al ver el sesgo de los acontecimientos;  el fiscal José Luis Galbe, que se enfrentó a don Miguel de Unamuno en Salamanca además de registrar por orden judicial la caja fuerte de Niceto Alcalá Zamora descubriendo que el político, como tantos otros hombres de estado, escondía dentro de sí un cleptómano (aunque pequeño en esta ocasión) pues estaba llena de cucharillas de plata de colecciones diferentes; acompañados todos ellos por el festivo y adulador (a los poderosos) Manuel Machado; el moderado y desprendido José Martínez Ruiz “Azorín” o los recientemente desaparecidos (quizás los capítulos más emocionantes) José Antonio Labordeta y Félix Romeo; un libro articulado en ciento y pico ágiles capítulos fruto de la publicación semanal en el cuadernillo de Artes y Letras del diario Heraldo de Aragón, donde caben todos tipo de temas y personajes: desde el fetichismo literario, los intelectuales católicos, los cancioneros de jota, las locuras sin fundamento, los escritores bohemios (exagerados pero siempre originales) y el robo de libros, hasta retratos arcimbóldicos de Eva Duarte (la inventora del escote “palabra de honor”), la chilena Teresa Wilms (que inmortalizó Ramón Gómez de la Serna en La sagrada cripta de Pombo, se suicidó a los veintiocho años y sigue viva en los libros de Vicente Huidobro, Juan Ramón Jiménez o Valle Inclán) y los amores de Benjamín Jarnés, pasando por la historia de la sobrina del general Millán Astray, el asesinato de Soldevilla y la belleza de Ava Gardner brillando como un diamante efímero en la plaza de toros de Zaragoza, aparte de homenajes a Jesús Moncada,  Luciano Gracia o Ildefonso Manuel Gil.

   Asistí a la presentación de Escritores y escrituras en la librería Rafael Alberti de Madrid llevado por el placer que me había proporcionado su lectura. Realizó la introducción el periodista y escritor Jesús Marchamalo. Unas cuarenta personas entre los que se encontraban los escritores Alfredo Castellón, David Trueba, Eva Cosculluela, Eva Puyó, Ignacio Martínez de Pisón e Ismael Grasa acompañaban al autor. El acto (una presentación-entrevista) fue tan chispeante y divertido que, cuando llegué a casa, volví a releer el libro, algo que he vuelto a hacer por tercera vez al realizar esta reseña. Ninguna de las tres me ha decepcionado. Ninguna me ha aburrido.

    Escritores y escrituras es un libro atrevido, heterogéneo y, sobre todo, ameno que no defrauda; un ensayo que se lee como un libro de relatos que son cartas de amor a la literatura; un texto al que se vuelve para encontrar, recordar y reír; un libro que huye del envaramiento, rehúye la solemnidad y en donde solo se permite una broma que acaricia el sarcasmo al comparar el “humor” de Luis Goytisolo con el de Gila, pues el menor de los Goytisolo (saga literaria que es la cruz de la moneda de los Panero) declaró a una  pregunta del periodista y escritor Juan Cruz que su libro Antagonía estaba a la altura de los grandes de James Joyce y Marcel Proust, sólo que A la búsqueda del tiempo perdido “equivoca la mente”, según su docta opinión, aparte de que el “ambiente descrito es tan ajeno que no vas a entrar ni lo vas a entender”, y el Ulises de Joyce es una “lectura difícil…” En fin, que al final solo quedaba su propio libro, es decir, que situaba Antagonía en la cúspide de la literatura del XX, algo que debe ser cosa de familia pues quien esto firma (no juzgamos ahora la calidad sino la vanidad) fue testigo de algo parecido en un hotel de Madrid, pero en el caso de su hermano Juan, quien al recibir al premio de la Asociación Colegial de Escritores de España, tras mostrar su tristeza por el olvido de los premios institucionales y su agradecimiento por  recibir un galardón votado democráticamente por los socios, se ufanó de que “desde el Arcipreste de Hita nadie salvo yo mismo”, dijo, ”conoce no solo la lengua sino el argot bereber en la historia de la Literatura Española.”