UN PECADOR QUE NO QUIERE ENMENDARSE

MELERO, José Luis: El lector incorregible, Xordica, 2018. 216 páginas.

Dice que tiene pocos lectores. Imposible: con la de gente a la que le gusta bailar. Porque Pepe Melero ha hecho de la columna un maravilloso ejercicio de coreografía literaria, y a sus lectores nos gusta su son más que comer con los dedos. En cada entrega, este Tintín de los libros saca a bailar al lector a un ritmo que nunca conoce y uno siente que aprende rápido los pasos porque han estado siempre aquí, en la música callada de las piedras. Entre tanto, Pepe cabrioleará por las anécdotas, tirará de un hilo, luego de otro, y cuando este bailarín le acerque a uno de nuevo a su silla, el lector hará promesa de memorizar cuatro o cinco cosas de lo leído para tratar de encontrarlas por la ciudad en su próximo paseo. La sanidad pública le debe mucho a Pepe Melero: a saber cuántos kilómetros hacen sus lectores para ver en Fuenclara el cartel de Gráficas Minerva, quizá el divino astro de la Puerta del Sol o las inscripciones de la Puerta de Valencia en el Museo Provincial, quién sabe si las maderas de la Torre Nueva que Ricardo Sasera rescató para su despacho y ahora amueblan la sala de juntas de la facultad de Derecho; más de uno acabará en el cuartelillo por tratar de colarse en las Bibliotecas del Paraninfo o San Carlos.

El letraherido suele ser carne de frenopático, pero como no es socialmente peligroso si está callado, suelen confinarlo en librerías de viejo, bibliotecas, tertulias y presentaciones de libros. Pero cuanto más lee, más desea, así que ingeniará mil tretas para meter libros nuevos en casa. Pepe Melero debería escribir un manual sobre este asunto, del mismo modo que su amigo Marchamalo nos confió hace treinta años uno de copia y chuletaje. Le Imagino dando vueltas por Sagasta con dos bolsas repletas de libros a la espera de que su catedrática favorita salga a trabajar. Tuve un amigo que vivía en un entresuelo y dejaba los libros en una ventana para poder entrar con las manos vacías. Satán les aguarda en un infierno donde Belén Esteban será la bibliotecaria.

 Este libro es un carnet de baile en ciento veinte danzas. Si tiene cuerpo de bolero, hay textos cálidos en los que revela el porqué de sus afectos: por Ildefonso M. Gil, José Iranzo, Pisón, Alfredo Castellón, Germán Redondo -el “zapatones” de los Opelli-, Fernando Ferreró, Rosendo Tello, esa mujer que le regaló una Vida de Pedro Saputo en braille, y así un sinfín de amigos que no necesitan mucha letra para sentir su abrazo. Si tiene cuerpo de jota de picadillo, las hay hilarantes, como la historia del padre del tenor Amable Leal, que se hizo amputar la pierna para disimular con una de palo un defecto físico, las desternillantes piquiponadas de los políticos o ese cameo en la serie de “¿Qué fue de Jorge Sanz?”. Hay ritmos trascendentes, a veces doloridos, desde donde  entender esos versos falangistas del primer Jesús Moncada, los ásperos juicios de Baroja sobre Cajal o los motivos de Jacobo Morcillo, el espía fascista que acabó escribiendo la letra de “la vaca lechera”. Hay ritmos fríos, crudos, con los que nadie quiere bailar, los de los tres verdugos de la película de Patino, los del ambicioso general Weyler, los de Antonio Maura ordenando la ejecución de Ferrer y Guardia ante un desolado Costa. Pero antes de soltarte de la mano, el ínclito Melero te regalará una última pirueta: este conde de Oregón siempre guarda una carta en la manga. Las sentencias con que suele cerrar sus columnas podrían integrar un breviario del saber somarda.

De una buena historia se sale con hambre. Solo Dios sabe lo que nos costará saber quién no devolvió aquel libro, cuánto le costó a Pepe de verdad ese álbum que los jugadores del Zaragoza regalaron a  Quincoces en 1942, qué pasó con esa reproducción del goyesco pelele que Luis Cernuda llevó con las Misiones Pedagógicas hasta la aldea turolense de Tormón y cómo acabó la historia de aquel baúl en el desván, de su dueño tal vez olvidada...

Leer El lector incorregible es una invitación a rondar por Zaragoza y soñar que resuena la campana de los perdidos en San Miguel, que toma café con Blasco Ibáñez en Casa Lac o que  puede encontrar en Joyce, Proust o Virginia Woolf las mismas inquietudes que habitaron a José María Matheu, Tomás Seral y Casas o José Ramón Arana. Hagan sitio en la mesilla y, de paso, compren buen calzado que este libro es de los que merece un paseo… Literario.

Jorge Sanz Barajas