LA VIDA DE LOS LIBROS
José Domingo Dueñas
Huesca, Librería ‘Anónima’, 11/2/2010.
Jesús Marchamalo decía hace poco al reseñar este libro de José Luis Melero en Heraldo de Aragón que es uno de esos libros que le hubiesen gustado escribir. Un volumen además con magnífica portada de Jorge Gay y en muy cuidada edición de Xordica. Evidentemente, a Marchamalo le hubiera encantado escribir este libro, a él y a cualquiera. Porque es un libro “de todos los saberes”, como señalaba el propio Marchamalo en su reseña, un libro de libros, un libro que encierra en sus escasas páginas otros muchos, que contiene infinitas historias. La vida de los libros en buena parte es la vida de José Luis Melero, algo mitómano, letraherido en el mejor sentido del término y devoto desde antiguo por la letra impresa, lo que le ha llevado a ser contumaz bibliófilo, lector impenitente y finalmente a escribir. Como decía Borges, J. L. Melero tiene sobre todo vocación de lector (como decía Borges de sí mismo, claro está, porque no tuvo la suerte de conocer a Melero). El autor de La vida de los libros no tenía prisa por publicar, tampoco por escribir, pero algunos veíamos que era un proceso inevitable, irreversible. Así, ha dado a las prensas cuatro libros en los últimos seis años. Antes, por supuesto, había firmado numerosos artículos o editado, junto con José Luis Acín, los volúmenes Cuentos aragoneses (1996) y Más cuentos aragoneses (2000). Pero le costó decidirse, como digo, a llevar un libro a la imprenta. Seguramente por esa veneración ancestral hacia la letra de molde de que hablaba antes. Melero es bibliófilo, como bien se sabe, y muy conocido como tal no sólo en Aragón sino en España, pero no bibliófilo fetichista sino lector y lector apasionado. Melero ha concedido a la literatura desde hace años una enorme capacidad explicativa. La necesidad de entender que todos padecemos, esa especie de anomalía de que nos ha dotado la naturaleza a los seres humanos, es enorme en su caso y la ha volcado en buena parte en la literatura, en los libros. Por eso se ha entregado con singular tenacidad a la lectura, de manera incansable ha recorrido mercados y puestos de libro antiguo para dar con el título que satisfaga su curiosidad, para encontrar la frase feliz de toda una obra, para confirmar una anécdota, para dar con una circunstancia que salve a un personaje, para completar la bibliografía de un escritor. No hay que engañarse, leemos para entender y para entendernos. Y eso lo sabe muy bien el autor de La vida de los libros. En sus páginas literatura y vida aparecen inseparables, porque sabe que detrás de un libro siempre hay una o muchas personas, con sus pasiones y sus desengaños, sus anhelos y sus deserciones, y que eso es en definitiva lo que importa: constatar cómo nuestros semejantes han afrontado la vida y la muerte, cómo han sucumbido o resistido ante la realidad. De eso se habla en este libro, pero huyendo de la solemnidad. El autor entiende que la anécdota encierra tanto sentido como una sentencia filosófica, y que además la anécdota, la historia menor, lo que sucede entre bambalinas, llega más hondo al lector. En lo anecdótico se revelan mucho mejor los personajes. En definitiva, La vida de los libros se instala en un terreno no demasiado frecuentado que es lo que podríamos llamar una historia humanizada de la literatura, donde tendencias y modas estéticas vienen condicionadas y salpicadas por afectos y pasiones, cotidianas y universales a un tiempo. A Melero le interesan los libros, las historias que nos cuentan, pero siempre en su circunstancia, atiende a detalles menores si se quiere, pero enormemente significativos para dar idea de un talante, de un carácter, de una situación, de una coyuntura histórica. El autor maneja infinidad de datos y de nombres, pero no apabulla al lector en ningún momento. Lo hace cómplice. José Luis Melero organiza por otra parte las historias con una maestría de narrador consumado. Los más de cien textos que recoge el libro se convierten en otros tantos relatos con su dosis de suspense, de intriga, de conmiseración en ocasiones, de queja en otras, de humor fino casi siempre, de sorpresa… El libro es una selección de los textos publicados semanalmente en el suplemento literario de Heraldo de Aragón, desde mediados de 2006 hasta finales de 2009. Yo he leído bastantes de ellos cuatro o cinco veces, y no hay lectura nueva en la que no halle un matiz que se me había escapado, en la que no me sorprenda algún detalle que se me antoja desconocido. Los escritos nos muestran siempre sorprendentes relaciones entre las cosas o entre las personas. Melero no se fía de las apariencias, de lo convencional y detrás de la normalidad descubre siempre mundos inmensos, parentescos insospechados, aficiones ocultas de grandes hombres, detalles que en cierto modo dignifican una vida (como es el caso de Sánchez Mazas, que siendo ministro de Franco no acudía jamás a las Consejos hasta que el caudillo harto de ver su silla vacía mandó retirarla). Todos los textos merecen largos comentarios, aunque aquí sólo puedo destacar algunos a modo de botón de muestra: Así, el de ‘Juan Ramón y las monjas’, donde se nos cuenta que el poeta enamoró en su juventud, mientras era atendido en el sanatorio del Rosario de Madrid, a tres monjas, y las tres aragonesas, incluida la madre superiora, no menos proclive a los encantos del andaluz y que no tuvo reparos en ejercer su autoridad en su deseo de prevalecer sobre las rivales. En “El asesino de García Lorca”, Melero confiesa que compró un libro dedicado por el falangista Ruiz Alonso a uno de sus camaradas y expresa la desazón que le ocasiona sostener en las manos el mismo ejemplar que tuvo en las suyas quien tanto empeño puso en liquidar al poeta. “La conversión de Gil Bel” describe el viraje del periodista y escritor anarquista en los años veinte y treinta hasta escribir con seudónimo una narración filonazi en los primeros cuarenta. Significativo de las paradojas de la historia es sin duda el que Alfonso Carlos Comín (“El poeta Comín”), fundador de ‘Cristianos para el Socialismo’ en los años setenta, tenga una calle en Zaragoza donde se le tilda de “poeta”. Exquisito es el dedicado a Pedro Sáinz Rodríguez, bon vivant, consumado degustador de la buena mesa y de otros placeres mundanos, cuyo coche oficial, siendo ministro, fue sorprendido por Franco y Carmen Polo a las puertas de un burdel. De los “Viajes a Rusia” de intelectuales y escritores en los años veinte y treinta, calificados por Giménez Caballero como “peregrinaciones”, ha reunido Melero nada menos que unos cincuenta libros, de los que comenta algunos aquí como de pasada. Lleno de ternura es el texto dedicado a Felicidad Blanc, la mujer de Leopoldo Panero, esa mujer hermosa y vulnerable que todos recordamos en El desencanto y que era nieta además de Isabel Palacín, el gran amor de Joaquín Costa, con quien tuvo una hija. Una sentida evocación a la amistad es el dedicado a Inocencio Ruiz, el librero de viejo de Zaragoza que nunca entendió su trabajo como negocio. Cargado de melancolía es el escrito titulado “El Quijote zaragozano”, sobre una edición del Quijote fechada en Zaragoza en el XIX, y en cuyas páginas se acumulan las firmas o los ex libris de los sucesivos propietarios, lo que desencadena en el autor algún sobrecogimiento ante el paso inexcusable del tiempo. En cambio, el titulado “Erratas” provoca la risa a mandíbula batiente. Admirable, como de otros tiempos, y con un halo de tristeza resulta la relación de Pilar de Valderrama y Antonio Machado (“Guiomar”), etc. José Luis Melero es apasionado, como persona y como escritor; un entusiasta que provoca el entusiasmo. Es un hombre entregado como pocos a vivir y que por ello también enseña a vivir, a disfrutar de las cosas: su familia, los amigos, el Real Zaragoza están en su santoral particular en lugar preferente. Y desde que yo lo conozco, y ya hace unos años, ha ido construyendo su marco cultural y afectivo de referencia, que en buena parte es Aragón y lo aragonés, pero entendido no como cerco sino como trampolín desde el que lanzarse lejos. La vida de los libros viene sin duda a enriquecer la nuestra propia. Por ello hemos de estar de enhorabuena.
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