José Luis Melero, lector incorregible

Eloy Fernández Clemente

 

 

En efecto, el conocido bibliófilo, ensayista y crítico literario, ha publicado (y sus amigos lo han celebrado como una consagración definitiva en las cumbres de la cultura aragonesa), un nuevo volumen, acta y síntesis de sus semanales columnas en el suplemento Artes&Letras del Heraldo de Aragón, que dirige precisamente Antón Castro. Recoge aquí 120 artículos publicados entre 2015 y 2018, que leímos fielmente todos los jueves, y, como suele suceder en estos casos, releemos con gozo, y con el asombro de encontrar nuevos tonos y aires, de corrido.

Se sabe o cree “escritor de pocos lectores. Pero tal vez de los mejores”. Anda melancólico y se ve camino de una elegante excentricidad y ya con el cuerpo lleno de cicatrices mercantiles cuando cae en tentaciones prohibitivas… o se pasa de tacaño. Las valen sus quijotes,

Sus viajes, muchos acompañando a su catedrática esposa a tribunales por toda la Epaña que tiene librerías anticuarias (la Sevilla de Cernuda, la Segovia de Machado), le han llevado también a Dublín tras los pasos de Joyce, a Oporto por sus librerías.

Además de frecuentar cada vez más autores lejanos (Joyce y Proust, y las escritoras Karen Blixen y Virginia Woolf, a españoles como Machado, Cernuda, Lorca, Baroja, Alberti, Sender, Blas de Otero o el portugués Miguel Torga), evoca algunos de los grandes (aunque no muy conocidos y estudiados) aragoneses como Julio Calvo Alfaro, los Arana, Seral, los más recientes Julio Antonio Gómez, Moncada, Ildefonso, Fernando Ferreró, Rosendo Tello, Alfredo Castellón, y otros muchos. Y salen, cómo no, los grandes amigos: Ignacio Pisón, Luis Alegre, José Luis Acín, Ángel Artal… Y no puede evitar hablar de buen fútbol, con lo que sufre con el Zaragoza, o de jota y joteros (su amor a Iranzo), de toros, de cine. Y hace historia al hablar de libros (que siempre lee y anota, no como otros bibliófilos de pega), de la Jaca de 1930, y muchos momentos de la vieja Zaragoza, sus viejos catedráticos y esos venerados personajes decimonónicos o no (Bruil, Braulio Foz, Gil Berges, Costa, Bescós, Matheu, Sasera, Moneva…), sus bibliotecas (como la de Roda en San Carlos), historias de “bibliópatas” y eruditos de todo signo. Y muchas historias aragonesas que conoce de propio. Lo dicho: un disfrute total para esos no sé si pocos, pero entusiastas lectores sobre la cultura en todos sus registros.