LIBROS AL AIRE, 9
El lector incorregible, de José Luis Melero, es un compendio
de emocionantes historias con las que recorre una amplia geografía
física, humana y literaria. No faltan lugares muy concretos de la
ciudad de Zaragoza, varios de ellos muy próximos entre sí. En la
página 181 escribe:
“Cada vez que paseo por la calle Alfonso I, me detengo unos
instantes en la esquina de esta con la calle Jusepe Martínez, antes
Goya. En esta última calle, en el número 1, en una gran
casa que da la vuelta por la calle Alfonso I, vivió durante algún
tiempo Leopoldo Alas, Clarín”.
Es el portal que aparece en la primera fotografía, para el que
Melero ha pedido repetidas veces una placa que recuerde al autor de
La Regenta. Ayer noche no había más placa que la de un despacho
profesional, y esta mañana he comprobado que tampoco hay en Zaragoza
una calle dedicada a él, que las tiene por media España; sobre ese
detalle aprovecho para recordar otra ausencia del callejero
zaragozano, la de Gustavo Adolfo Bécquer, uno de los grandes
propagandistas de Veruela y el Moncayo. Zaragoza ya le ha dedicado
calles a Super Mario Bross o El acorazado Potemkin, tan nuestros,
así que no perdamos la esperanza en que algún día la tengan Bécquer
y Clarín. Pero prosigamos el paseo por el Casco Histórico de la mano
de Melero. En la página 187 defiende la antigüedad documental del
restaurante Casa Lac (1825) por encima de la que se adjudica a sí
mismo el madrileño Casa Botín (1725). Melero lo argumenta con sus
armas favoritas, los libros:
“......la referencia literaria más antigua de la que hacen gala
[Botín] es una cita de Galdós en Fortunata y Jacinta, de 1887. Un
poco raro parece, piensa uno, que ningún escritor lo haya mencionado
en sus obras entre 1725 y 1887, por lo que tanta antigüedad tal vez
haya que ponerla en cuarentena. Casa Lac, sin embargo, aparece
citada en lo que los académicos llaman “la literatura” veintisiete
años antes que Botín......”
Melero recuerda que el popular establecimiento de El Tubo ya
aparecía como pastelería en la Guía de Zaragoza que Vicente Andrés
imprimió en 1860, citando también sus asados. Casi nadie se fija que
en lo alto de su fachada aún figura la palabra “Pastelería”, es más
fácil reparar en la placa de la segunda foto, donde hace gala de sus
casi dos siglos de existencia.
El rótulo que ya no se conserva es otro que estaba a unos diez
metros de allí, el de “Papelería Manolo”, citada en la página 97 y
con cuyo antiguo espacio se corresponde la tercera foto. De su
propietario se recuerda, en uno de los textos más emotivos del
libro, que perdió a su mujer en el parto y a su hija en un atropello
a los seis años. Melero apunta:
“Y Manolo, que se iba a dormir todas las noches al cementerio sobre
la tumba de su hija, estuvo a punto de perder la razón”.
Piedad incontestable en “El lector incorregible”.