Luis Carlos Cuartero
José Luis Melero
[Publicado en Heraldo de Aragón el 9 de abril de 2006
con motivo de la última final de Copa jugada por el Zaragoza]
Siempre me han gustado los jugadores leales a un club, aquellos que han desarrollado toda su vida deportiva en un mismo equipo. Mi ídolo de la infancia fue Enrique Yarza, el hombre que más temporadas ha jugado en el Zaragoza: un total de dieciséis, de la 53-54 a la 68-69. Tenía su foto en mi casa, en un marco de madera que me hizo mi abuelo. Cuando Yarza se retiró me convertí en el mayor defensor de José Luis Violeta, que llegó a jugar catorce temporadas en el primer equipo (debutó en Pasarón en 1963 y se retiró en 1977), y maldecía a los seleccionadores cuando decidían llevar a la selección al libre del Las Palmas Antonio Alfonso Moreno, más conocido por Tonono, en perjuicio de nuestro “León de Torrero”, que tenía la misma clase que el canario pero mucho más coraje. Recuerdo cómo discutía en La Romareda, siendo yo todavía un adolescente lampiño, con un botarate de la fila de atrás, “antivioletista” convicto y confeso, cada vez que criticaba el juego de mi jugador favorito. Luego serían Manolo Nieves, Paco Güerri, Juan Señor o Andoni Cedrún, todos ellos con muchos años de leal servicio a nuestros colores, los que ocuparían mi corazón de zaragocista. Me gustaba pensar que en el vestuario, en los viajes o en las concentraciones, esos jugadores transmitirían a los más jóvenes la historia gloriosa de nuestro equipo, les enseñarían sus tradiciones (por ejemplo que hay que jugar bien al fútbol si se quiere seducir a la exigente afición zaragocista), les hablarían de cómo jugaban aquellos grandes jugadores que ya estaban a punto de retirarse cuando ellos empezaban y les recordarían la responsabilidad y la grandeza de llevar el león del escudo de la ciudad bordado en la camiseta. De esa forma, el sentimiento de pertenecer a la gran familia zaragocista, de ser los eslabones de una larga cadena (pensemos por ejemplo que Luis Belló jugó con Yarza, que éste lo hizo a su vez con Javier Planas quien llegó a compartir vestuario con Víctor Muñoz, y que a éste lo sustituiría Juan Señor quien habría de coincidir en su última temporada con Pablo Alfaro, todavía en activo), iría pasando de unos a otros de forma inexorable. Con toda seguridad nada de esto sucedió jamás, pero a mí me gustaba y aún me gusta pensarlo. En vista de todo esto a nadie extrañará que Luis Carlos Cuartero, que debutó con el Zaragoza en primera división en el ya lejano junio de 1993 con tan sólo diecisiete años y que no ha conocido otro equipo que nuestro club, sea hoy mi jugador preferido. Cuartero es un excelente jugador, con un buen toque de balón, notable velocidad, carácter polivalente, pues ha jugado hasta en cuatro puestos diferentes, que defiende con corrección y sube al ataque con decisión y valentía. No es desde luego un jugador de relumbrón, una de esas estrellas mediáticas de las que acabamos sabiendo si a su niño le ha salido un orzuelo o si su señora sufre de halitosis, pero ha cumplido siempre a la perfección las tareas que el entrenador de turno le ha encomendado. Pocas veces le han dado papeles de protagonista y quizá no ha brillado nunca como una gran estrella, pese a tener aptitudes de sobra para ello, pero ha sido siempre un gran actor de reparto, como si se tratara de un Juan Espantaleón o un Félix Dafauce, falto tal vez de glamour pero sobrado de profesionalidad y entusiasmo. Y todo el mundo sabe que en el fútbol, como en el cine, los actores secundarios son tan importantes como los protagonistas. Sólo le ha faltado para llegar a lo más alto una pizca de fortuna, no lesionarse en los momentos más inoportunos y que un entrenador creyera en él de verdad y le diera continuidad y confianza. Ha vivido ya cinco finales, incluida la de la Recopa, de las que se han ganado cuatro, y tuvo su gran momento de gloria cuando levantó la sexta Copa en Montjuic y se sumó a la mítica lista de capitanes que han gozado de ese privilegio: Yarza, Lapetra, Señor, Pardeza y Aguado. Cuartero es además aragonés, como Violeta, Planas y Güerri, como Lapetra, Víctor y Villarroya, como Bustillo, Belsué y Láinez, y eso también me hace mirarlo con especial simpatía, pues me gustaría tener un equipo lleno de jugadores aragoneses que sintieran en lo más hondo su ciudad y sus colores. Y me emocionó que paseara con orgullo la bandera de Aragón en alguna de las últimas finales que ganamos. En la del día doce, no sabemos si saldrá de titular. Pero en el peor de los casos, aunque sea suplente, cuando vayamos ganando por tres o cuatro goles de diferencia y nos dediquemos a defender el resultado, seguro que Víctor lo saca para hacerlo disfrutar de unos nuevos minutos de gloria. Efímera y absurda, quizá, pero gloria por la que uno daría el mejor de los libros de su biblioteca. Aunque luego se arrepintiera toda la vida.
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