El pubis de Ava y otras sabrosuras

 

Elías Moro Cuéllar, Artes&Letras de Heraldo de Aragón, 6 de diciembre 2012

 

 

 

«En esto de la literatura apenas he hecho otra cosa que tratar de dar voz a los que no la tienen, devolver el rostro a los desfigurados y resucitar cadáveres», nos dice el autor a propósito de Escritores y escrituras en sus primeras líneas. Con esas palabras, José Luis Melero (Zaragoza, 1956) da pie a un loable propósito que a fe mía este volumen logra con elegancia y amplitud.

Publicado con el esmero de siempre por Xordica y con una hermosa portada de su compinche Jorge Gay, recoge un florido ramillete de las Fábulas con libro que Pepe Melero publica semanalmente en Artes&Letras de Heraldo de Aragón; columnas en las que, con su sapiencia y humor habituales, con su erudición exenta de pedantería nos pone al corriente de las andanzas y desvaríos, de las venturas y desventuras de autores orillados de la literatura, nos desgrana anécdotas suculentas e inverosímiles historias en que se vieron envueltos escritores y artistas, muchos de ellos prácticamente desconocidos para el común de los mortales y que hoy estarían en el olvido si no fuera porque libros como este se afanan por mantenerlos en nuestra memoria a través del tiempo.

José Luis Melero es muchas cosas: aparte de un magnífico escritor con una prosa amena y didáctica («deleitar enseñando», que se dice) -y ahí están, por ejemplo, Leer para contarlo, Los libros de la guerra o La vida de los libros (otra selección de sus columnas en «Heraldo») para demostrarlo sobradamente-, fetichista, sufrido forofo de su Real Zaragoza del alma y aragonesista ilustre -Aragón y sus gentes están muy presentes en este libro-, es también un tenaz sabueso de estos asuntos que podríamos calificar con una cierta retranca -tan mañica, por otra parte- como la «infantería y la logística» de la literatura. Pero es bien sabido que sin infantería ni logística no hay batalla que se gane.

En este florilegio libresco hay pasajes de emoción desbordada como cuando recuerda a sus amigos Labordeta y Romeo (que le regaló el título), pero no está exento de ironía ni ternura, de pesquisa, de truculencia incluso… Es también un divertido anecdotario de las desdichas y parabienes que sufren o gozan aquellos que, como él mismo, se empeñan, empleando para ello toda clase de artimañas, en la búsqueda de joyas impresas, ejemplares raros y esquivos en rastrillos y almonedas, en oscuras librerías y anaqueles ajados por la incuria y el polvo.

Este libro es todo un cajón de sorpresas y felices hallazgos -desde la jota a los toros, desde el celibato hasta la videncia, desde los diccionarios hasta, sí, el pubis de Ava Gardner- cuyos caminos secundarios se pueden recorrer al menos, y en lo que a mí se me alcanza, de dos maneras: a pecho descubierto, tal cual y dispuestos a gozar y dejarnos seducir con los saberes que nos regala a cada página, o también a pecho descubierto pero armados con un lápiz para ir espigando -y advierto que muchas de sus páginas pueden quedar signadas por el grafito casi al completo- multitud de referencias literarias, bibliófilas e historiográficas que de otro modo vaya usted a saber si hubiéramos llegado a conocer.

Y para quien así quiera leerlo estos textos no dejan de ser, por añadidura, un vivero inagotable de historias a medio hacer; son tan sugerentes que, al paladar del lector, el artículo se queda corto en muchas de sus entregas porque lo que se nos está contando nos satisface de tal manera que no queremos que se acabe tan pronto. Como cuando te dan a probar un trocito de ternasco cuando lo que tú quisieras de verdad es comértelo entero con guarnición y todo y luego rebañar el plato.

Para quienes vivimos tan lejos de él y sin embargo lo sentimos tan cercano, este volumen de Pepe Melero es un regalo imperecedero, otro más de sus afectos para con los amigos, en este caso todos los lectores que tengan el acierto de acercarse a él; es tan sabroso, que voy a releerlo -degustarlo- de nuevo en cuanto acabe de teclear estas líneas; es tan festivo y alegre, tan sabio y vital, que me ha traído a la memoria un viejo chascarrillo que decíamos de chavales -al menos en mi barrio- para festejar algo a lo grande: «Aurrevoire, que dijo Voltaire tirando el chapeau al aire». Pues eso; que me quito el sombrero, señor Melero.

Yo de ustedes no dejaría de hacerme con este «librico» -como dice el autor con modestia-, con este Escritores y escrituras que se pega a las manos con la consistencia de lo bueno para disfrute de los lectores.